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jueves, octubre 10, 2024
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K2 en invierno: juego con la muerte

Redacción – El K2 es un asesino implacable. La segunda montaña más alta del mundo, con 8.611 m. de altitud, es infinitamente más despiadada que el Everest (8.848 m.) pese a ser 237 metros menor. Si el techo del mundo ha sido hollado por más de 2.700 personas, el K2 sólo ha permitido en su cima a 302 elegidos. Por el camino se ha cobrado al menos 86 muertes, siete de ellas españolas. Muchas de sus víctimas nunca han sido encontradas y su recuerdo vaga por las laderas del gigante recordando a los incautos que siempre está dispuesto a cobrarse el precio más alto.

Al K2 nunca se llega por casualidad. Es el reto supremo para un alpinista y requiere mucha experiencia previa en los otros trece ‘ochomiles’ de la Tierra. Técnicamente es muy exigente y no tiene vías de acceso asequibles. Se yergue, magnífico e imponente con sus escarpadas paredes casi verticales, en la cordillera del Karakorum, a caballo entre Pakistán y China, casi 1.300 km. al noroeste de los grandes picos himalayos nepalíes. Esto significa que está más expuesto al frío que llega del Ártico cabalgando a lomos de vientos huracanados.

Es el único gran coloso asiático que jamás ha sido vencido en invierno, cuando las condiciones climatológicas lo convierten en uno de los paisajes más inhóspitos y crueles del planeta. Cuatro expediciones han intentado doblegarlo de enero a marzo en el lapso de 30 años que va desde 1988 hasta 2018, y todas tuvieron que rendirse marcadas con profundas cicatrices para que no olvidaran quién manda en el reino del K2. No llegaron más allá de 7.600 metros, más de un kilómetro por debajo de una cima que continúa siendo terreno prohibido. Si sólo una de las 86 víctimas de esta montaña falleció en invierno, el ruso Vitaly Gorelik (2012), es porque son apenas un puñado quienes lo han intentado y han sabido retirarse a tiempo en cuanto el monstruo ha mostrado sus descarnadas fauces.

Sin embargo, el ser humano es una especie persistente y no siempre sensata. Ahora mismo se encuentran en el Karakorum, camino del campo base, dos expediciones que intentarán ser las primeras en arrancar el Vellocino de Oro del alpinismo. Una de ellas está formada por miembros rusos, kazajos y kirguís. La otra la lideran el vasco Alex Txikon y el gallego Félix Criado, que completan cinco sherpas y dos importantes incorporaciones de última hora, los polacos Pawel Dunaj y Marek Klonowski. No se trata tanto de competir como de cooperar. Porque para coronar el K2 se requiere planificación, equipo humano y técnico y, sobre todo, mucha fortuna. Y por el momento nadie ha sido capaz de reunir todos los ingredientes de la receta.

Los polacos son unánimemente reconocidos como el ‘dream team’ de la escalada invernal. Tres de los cuatro intentos de asaltar el K2 en esta época los han llevado a cabo ellos. Quien más veces ha estado allí es el legendario Krzysztof Wielecki, en 2003 y 2018, y sabe de primera mano que la palabra “imposible” es un adjetivo que encaja perfectamente en esta empresa. A través de sus relatos se puede esbozar un escenario aproximado al que se encontrarán Txikon y compañía.

En invierno el K2 puede alcanzar temperaturas de hasta 60 grados bajo cero y está azotado por vientos de 150 km/hora. Pedazos de hielo del tamaño de furgonetas se desprenden de la montaña sin previo aviso, arrasándolo todo a su paso. Especialmente de noche, cuando más intenso es el frío, los glaciares emiten espantosos crujidos, chasquidos y explosiones, testimonio del lento pero inexorable movimiento de millones de toneladas de hielo.

No hay otra estrategia que llegar a los campos más altos y, desde allí, lanzar un ataque relámpago a la cima en cuanto haya una ventana de bonanza climatológica de 3 o 4 días que lo permita. Mientras, hay que permanecer refugiado bajo el techo de una tienda si se quiere sobrevivir. Y sólo hay tiempo hasta el 21 de marzo, cuando la primavera se abre paso en el hemisferio norte.

Aunque los escaladores expertos están adaptados a un aire que tiene muy poco oxígeno y sus pulmones son capaces de funcionar razonablemente bien en ese ambiente enrarecido, salir a la intemperie en estas condiciones es dar un paseo por la orilla del infierno. Enseguida se forman gruesas capas de hielo alrededor de las fosas nasales y sobre las gafas protectoras. La visibilidad no sobrepasa los dos metros. Manos, brazos, pies y piernas se adormecen rápidamente mientras la muerte va tejiendo un capullo helado en torno a los alpinistas. Y el término “fatiga” se queda muy corto para describir el esfuerzo de dar un solo paso hacia arriba.

En este estado hay que tener la cabeza muy serena para detectar síntomas peligrosos –congelación, dolores de cabeza, dificultades respiratorias que pueden desembocar en neumonía– y regresar a cubierto con la mayor celeridad posible. Las alucinaciones son frecuentes. El experimentado Wielecki (69 años) explicó que en una ocasión se refugió en su tienda y se apresuró a encender fuego y preparar té para entrar en calor. Lo sirvió en dos tazas porque estaba convencido de que tenía compañía cuando estaba completamente solo. Ese fantasma mudo le acompañó durante horas y siempre le pareció absolutamente real.

Teniendo todo esto en cuenta, todas las apuestas están contra Txikon y a favor de la inviolabilidad del K2. Y no es que el vasco carezca del currículum necesario; todo lo contrario. A sus 37 años ha coronado 12 de los 14 ochomiles de la Tierra (sólo le restan los dos más altos, Everest y K2), ha abierto nuevas vías y fue el primer humano en hollar la cima del Nanga Parbat, vecino al K2, en invierno en 2016. Pretende además dar ejemplo y reducir al mínimo los residuos que inevitablemente generan este tipo de expediciones. Una hoja de servicios impresionante para todos… salvo para un K2 vestido de abrigo.

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