San Lorenzo ya está en los octavos de final de la Copa Sudamericana pese a su caída 1 a 0 en Chile. Su acceso, en cualquier caso, tuvo mucho más que ver con lo que sucedió fuera del campo de juego que con lo acontecido dentro. El partido de ida mucho se había parecido a un tropiezo con consecuencias graves: en el Bajo Flores, Deportes Temuco había ganado 2-1. Pero la mala inclusión de Jonathan Requena (también ofrecido por Defensa y Justicia en su lista de esta misma competición) le facilitó el escenario al equipo de Claudio Biaggio: la Conmebol le dio por ganado el partido 3-0.
La apelación sin éxito del equipo chileno (incluso con Marcelo Salas rompiendo los teléfonos de la sede de Luque, según cuentan los medios trasandinos), facilitó la revancha para San Lorenzo.
Los tres goles de ventaja le permitieron jugar con tranquilidad al equipo argentino. De todos modos Nicolás Navarro fue la figura de un conjunto pensado para aguantar. Es más: en términos del juego, San Lorenzo no se mostró superior en ningún momento. Padeció, en definitiva.
Hubo dificultades en la antesala del encuentro: un clima enrarecido en territorio chileno. Sucedieron agresiones al micro del visitante, amenazas en el hotel, insultos a cada paso en el arribo al estadio Germán Becker. Hostilidad propia de las peores prácticas de las Copas Libertadores de los años sesenta a los ochenta, incluso en aquellos días indescifrables de Pablo Escobar en el Atlético Nacional. Feo.
En cuanto al juego, San Lorenzo brindó poco. No es novedad: no suele ser un deleite lo que entrega el plantel de Biaggio, más allá de ciertos resultados favorables (se recuerda: terminó tercero en la última Superliga).
Fue más valiosa su capacidad para que el partido sucediera sin costo que su creatividad. Se adaptó a la circunstancia favorable. Esperó siempre. No imaginó un horizonte más allá de la clasificación cómoda.
No hay, en consecuencia de la clasificación, demasiado lugar para el reclamo. Sin embargo, no es ajeno a ningún hincha de San Lorenzo que el equipo juega poco, que no tiene profundidad, que no le encanta a nadie, que no luce como un conjunto con capacidad de destrucción.
Queda una sensación: San Lorenzo se parece más al que puede ser que al que quiere ser. Desde el discurso, desde el entusiasmo, desde las palabras, Biaggio habla de una voluntad de crecimiento en términos del juego, de su búsqueda ofensiva, de cierta idea de creatividad. El campo de juego, otra vez, como en el encuentro de ida, y como frecuentemente en tiempos cercanos, lo desmiente.
De todos modos, siempre es más cómodo mejorar desde la clasificación. San Lorenzo sigue, más allá de la derrota por el gol sobre la hora de Matías Donoso, el único que pudo vulnerar a Navarro. Al margen de cuestiones de protocolo, de presentaciones en la sede de Luque. En la cancha sostuvo sin riesgo -y sin luces- la clasificación. Aquella ventaja obtenida por fuera del campo de juego. Parece poco, quizá. Lo suficiente, al cabo, para que siga el recorrido. Y para que la ilusión de una nueva conquista internacional siga latiendo.