Cádiz y Valladolid se repartieron los puntos en un partido infumable que fue como un homenaje a este macabro 2020. El fútbol fue asintomático durante los 90 minutos, ambos equipos pusieron en cuarentena el balón como si fuera contagioso, las defensas confinaron a los delanteros y las áreas estuvieron cerradas a cal y canto por las restricciones impuestas por Cervera y Sergio González. El choque fue, en definitiva, más tedioso que hacer la digestión de la comida de Navidad aguantando las lecciones de epidemiología de tu cuñado.
Lo único positivo del duelo fue el Cádiz no registró en la previa nuevos contagios de Covid-19 después de que la disputa del partido se pusiera en duda el martes.
El miedo a perder se hizo patente desde el pitido inicial a pesar de un testarazo al larguero de Weissman en el minuto 1. El Pucela salió con Orellana y Roque Mesa en la sala de máquinas, una medular talentosa que sin embargo nunca pudo imponer su calidad ante la disciplina y el juego directo del Cádiz.
A falta de ocasiones de continuidad o de algún chispazo de calidad, el choque fue enredándose en las disputas, las faltas, las amonestaciones, las interrupciones y las protestas constantes de jugadores y entrenadores, más pendientes de anular las virtudes del rival que de potenciar sus propias virtudes. El juego subterráneo protagonizó una primera parte del todo prescindible para el espectador.
El guion no varió un ápice tras el descanso, pues ambos equipos repitieron la máxima de no cometer errores bajo ninguna circunstancia. El carrusel de cambios y el cansancio agitaron mínimamente el partido, más abierto en el tramo final, donde por fin los atacantes encontraron espacios para poder correr. El intercambio de golpes resultó estéril y la única ocasión clara fue para el Cádiz en el minuto 92.