Hay diversas maneras de mensurar la dificultad de un campeonato de fútbol: la competitividad entre los rivales, el nivel medio del certamen, la calidad de los futbolistas, qué tan factible es que el más débil le gane al más furte, el valor de la localía y de los factores externos y el premio a obtener. La suma de estas cuestiones convierte a las Eliminatorias sudamericanas para la Copa del Mundo en el torneo más difícil y exigente del mundo.

En tiempos en los que las competiciones de clubes han ganado prestigio y las de seleccionados se encuentran limitadas en el tiempo y van cediendo terreno, la clasificación mundialista de la Conmebol tiene una identidad y una trascendencia que le permiten compararse con cualquier copa internacional. Para un futbolista, jugar este campeonato representa un desafío tan grande como la UEFA Champions League o la Copa Libertadores. Y a veces mayor.

Las Eliminatorias duran casi dos años, en los que las lesiones, los cambios de cuerpo técnico y el simple paso del tiempo pueden alterar cualquier idea previa. Casi siempre, el equipo que jugó el primer partido pasó por todo tipo de modificaciones en el proceso. El resultado puede depender cuánto se haya adaptado a esas diferencias y qué provecho logre sacarles.

La diversidad geográfica del continente también juega. Si en Europa casi todos los países tienen el mismo clima, la misma altura y las distancias son casi insignificantes, aquí ocurre lo contrario. Una Selección puede jugar un día en Buenos Aires, con menos de diez grados y a nivel del mar, y a las 96 horas hacerlo en el calor agobiante de Barranquilla o en la altura de La Paz, con largas travesías en el medio.

Por lo menos en estas primeras jornadas, y por la desgracia de la pandemia, las hinchadas no podrán jugar su partido. La mayoría de los seleccionados sudamericanos saldrán a estadios vacíos por primera vez en su historia y eso no es bueno ni siquiera para los visitantes, que en ocasiones se nutren de esa presión y la transforman en energía positiva. En circunstancias normales, el público también forma parte de los factores que hacen de este un campeonato tan difícil.

Muchos de los mejores jugadores del fútbol internacional han nacido en nuestro continente. Brillan semana a semana en las ligas más poderosas de Europa y son figuras de los clubes que marcan el paso. Casi todos los seleccionados tienen al menos una estrella mundial, que debe prepararse de otra manera, ya que el desafío es diferente. Los rivales pueden no ser los conocidos de la Champions, sino hombres menos habituados a enfrentarlos y, quizás, con más ansias de superarlos.

Por último, el premio. La clasificación a la Copa del Mundo. Para argentinos y brasileños puede ser una obligación histórica estar en cada Mundial, sin embargo el camino no deja de ser un riesgo. Ambos han sufrido derrotas inesperadas y saben lo que es jugarse el pasaje en los últimos partidos. En tanto, uruguayos y colombianos comprenden que tienen la calidad individual y colectiva para mostrar autoridad, pero la concentración debe ser total porque nadie perdona. Los chilenos vienen de quedar afuera incluso cuando eran bicampeones de América y necesitan manejar bien esa presión. Perú clasificó para Rusia 2018 después de más de 30 años de frustraciones y la fiesta nacional fue tan grande como las ganas de repetirla. Ecuador y Paraguay pueden partir desde atrás, pero saben lo que es ganarles a todos y meterse entre los mejores. Bolivia espera volver a hacer valer la localía para recuperar su fama de rival indeseable y Venezuela intentará su primera clasificación que termine de certificar su progreso.